NO ES CUESTION DE ÑE, ÑE, ÑE
-“Hay que operarlo en seguida- dijo el médico- tiene
apendicitis aguda. Si no operamos degenerará en peritonitis y,
de no intervenir, la muerte es segura,”- concluyó el facultativo.
El diagnóstico fue más que certero, científico.
Toda la atención de los médicos y de la familia se ha
concentrado en el apéndice, para tratar de sanar al paciente. El
tesoro, que es la vida, está en peligro.
Todo a causa del estado atrofiado de lo que en anatomía
humana se llama “apéndice” (apéndice vermiforme, apéndice
vermicular, apéndice cecal o simplemente apéndice); un, casi
vil, tubo sin salida conectado al ciego, cuya función fisiológica,
si es que la tiene, se desconoce. La situación se ha convertido
en motivo de tormento y preocupación.
Hay que extirpar el órgano dañado, el apéndice, una “pieza”
aparentemente inservible del cuerpo humano; a ese órgano
enfermo, hay que buscarle una solución quirúrgica, de lo
contrario todo desembocará en la muerte.
Las grandes enfermedades comienzan generalmente por cosas
casi insignificantes. Muchísimas de las enfermedades de cáncer
empiezan por algo casi imperceptible, un nódulo o pequeña
dureza redonda, producida por una agrupación celular o fibrosa
en forma de nudo o corpúsculo.
Una y mil veces hemos oído repetir que el mundo
contemporáneo está enfermo. A veces han sido leves
enfermedades, pero que, a causa del descuido, degeneran en
grandes males, produciendo, las más de las veces, un dolor
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inaguantable que sobrepasa la capacidad de resistencia y crea
una especie de locura cada vez más peligrosa.
Lo extraño del caso es que, la enfermedad del mundo, se podría
asemejar a una especie de “apendicitis aguda”, que fácilmente
puede llevar a su destrucción.
La humanidad se ha vaciado de contenido y está enferma de
superficialidad, de problemas tangenciales, de “apendicitis
aguda”; enfermedades radicadas en situaciones sin salida,
semejantes al apéndice.
No importa que el corazón, los pulmones, la cabeza y otras
partes del cuerpo estén en perfectas condiciones; ninguna de
esas partes corporales funcionarán en forma adecuada, pues la
apendicitis perturbará su correcto desenvolvimiento. El
problema de la humanidad es de “apendicitis aguda”: todo está
concentrado en preocupaciones baladíes, que van pudriendo su
cuerpo espiritual y ético: el dinero fácil, la moda, el confort, el
consumismo, la comida, la bebida exagerada, el control del
mercado del petróleo, las armas, las guerras, las drogas, el sexo
desordenado…
Sin querer dramatizar el asunto ni darle un tinte apocalíptico,
podríamos comparar la enfermedad del mundo con una
“apendicitis aguda”, o cualquier otra enfermedad cuasi
terminal, que fácilmente puede llevar a su destrucción.
La humanidad está enferma de superficialidad y esta situación
se ha ido pudriendo hasta convertirse en una patología que
exige una intervención de emergencia, es un caso de vida o
La dolencia del mundo está centrada en el “apéndice” de la
economía, el poder político o militar, de la oportunidad de
placeres descontrolados, el progreso o desarrollo tecnológico
para dificultar, en lugar de facilitar la vida, y tantos otros
elementos que concentran la atención mundial; no se está
consciente de que el mal está en esos pequeños nódulos
malignos o apéndices inflamado, a los cuales no se les presta la
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debida atención y que reclaman una urgente intervención
quirúrgica espiritual.
Se parece a una gran fiesta carnavalesca, en la que cada uno se
pone su máscara para no ver con nitidez la enfermedad y no
apresurarse en buscar solución al peligroso problema de la
deshumanización, a punto de explotar y causar la destrucción
Antes de que cualquiera de las bombas o armas no
convencionales hagan explotar el mundo, es el mismo ser
humano el que prepara su destrucción, viendo con indiferencia
cómo se inflama y se pudre su propia persona, en sus elementos
somáticos menos significativos.
Las viles, triviales preocupaciones de la humanidad se están
convirtiendo en tubos sin salida, conectados al ciego
deambular humano, a la ceguera colectiva, que sólo es capaz
ver con interés cuestiones tangenciales, cuya función
profundamente existencial, si es que la tiene, se desconoce.
Urge intervenir quirúrgicamente la superficialidad del mundo,
para quitar la podredumbre que se ha apoderado de él y
permitir nuevamente centrar su atención en su cabeza (la
razón), su corazón (el amor), sus pulmones (la fe), sus ojos
(visión adecuada y sin malicia de la realidad), sus oídos
(capacidad de escucha de los demás y de Dios), sus manos
(solidaridad)…
Llenar de “apéndices” la vida, que forman un síndrome de una
patología mortal (poder, armas, consumismo, sexo
desbordado…), conduce inexorablemente a la muerte (vacío
espiritual). Es necesario cortar de raíz, para poder recuperar la
salud (el sentido y orientación de la vida).
Para sanar al mundo hay que comenzar por hacerle una
operación quirúrgica para extirpar de cuajo esa enfermedad que
ha degenerado en “apendicitis existencial aguda”. Hay que
extirpar esa entrega desordenada a las superficialidades de la
vida y concentrar la atención en lo más importante, que es el
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amor desinteresado a los demás y la apertura a la presencia del
Dios que todo lo trasciende y que da sentido a la vida.
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