¿Has estado en Jarabacoa? Padre Luis Rosario
Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo que alguien, habiendo estado en el encantador pueblo de Jarabacoa, haya borrado de él su recuerdo.
Después de una migración, casi forzada, hacia la capital, abandonando la Moca de mi cuna, me tocó también dejar la siempre traviesa ciudad de los primados, para cobijarme a la sombra del Mogote.
Estaba en la flor de mi adolescencia y sólo comprendía que comenzaba a ser protagonista de algo maravilloso. al ingresar a un proceso de formación integral dentro del mundo salesiano.
Iniciando la subida agradable, pero a veces traicionera y peligrosa, de la loma que conduce a la ciudad de la eterna primavera, saludé por vez primera el “Puerto”, que almacena plegarias a la Virgen, siempre en vigilante espera de quienes escalan la escarpada montaña. Arribé entonces a la tierra donde Don Bosco se me había adelantado y les había ya robado el corazón a los hijos del Yaque, el Baiguate y el Jimenoa saltarín.
Y allí, por varios años, recliné la cabeza en el silencio, interrumpido sólo por el silbido de los pinares y de una solitaria vellonera que importunaba la quietud sagrada del monte, con sus discos reciclados hasta la saciedad. El artefacto musical de los bohemios no pudo resistir el embate de la tecnología de los nuevos tiempos y ese tragamonedas de música de cabaret tal vez descansa, por el castigo merecido, en el silencio de un ignorado cementerio de hierros viejos, para premiar la búsqueda de arqueólogos del futuro.
En Jarabacoa me sumergí en las aguas profundas de la espiritualidad salesiana, llegando a comprender el amor, casi idílico, que motivó a Ricardo Pittini, el no suficientemente valorado Arzobispo ciego de Santo Domingo, a escoger ese terruño montañoso como lugar para la formación de los futuros salesianos. Hace poco contemplé emocionado el extracanónico “jubileo” que evocaba aquel 13 de diciembre de 1947, cuando el Arzobispo de la mitra de acero corrió el telón para dejar inaugurada la obra salesiana de Jarabacoa. Las imágenes instantáneas de Facebook y de Instagram, me mostraron la alegría de la gente del pueblo que, en filas bulliciosas, competían con las aguas de los ríos al descender jalda abajo.
Setenta años de presencia salesiana, cuyos tangibles frutos se pueden recoger en la niñez, adolescencia y juventud, así como en la gente humilde de esta comarca. Siete décadas que han hecho de Jarabacoa una antesala del paraíso salesiano soñado por Don Bosco.
Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo en mi mente a nadie que, visitando las tierras frescas de Jarabacoa, haya echado en el olvido la ciudad donde también Don Bosco llegó para quedarse.
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