No me gusta la historia
En no pocas ocasiones, la sociedad me ha obligado a hacer cosas con las que no estoy de acuerdo. ¿Qué nombre puede dársele a este comportamiento? ¿Incoherencia? ¿Debilidad? ¿Miedo al qué dirán? ¿Cobardía? Llamémoslo como queramos, pero hay hechos que reciben el aplauso complacido de todos y que en mi interior me causan pena, asombro, rechazo, compasión y sentimientos de misericordia.
Tengo la sensación de que no estoy solo cuando adopto esta actitud. Creo que a muchas personas les pasa igual, y por las mismas razones de presión social, deben aceptar, como bueno y válido, lo que les merece un juicio diferente.
Confieso que NO ME GUSTA LA HISTORIA. ¿Por qué? Pienso que está escrita al revés.
La historia que nos han hecho estudiar y cuyos acontecimientos y fechas hemos tenido que aprender de memoria, despierta en mí, más que sentido de orgullo, sentimientos de tristeza, por la incapacidad humana de llegar a acuerdos, de sentarse a buscar una solución razonable y pacífica entre pueblos, que están habitados por gente de la misma estructura humana. No me gusta la historia porque está llena de muertos en forma violenta.
La historia universal y nacional, recopila batallas, guerras, confrontaciones, escaramuzas engañosas, rapiñas, violaciones a la dignidad y al derecho a la vida.
Y hasta las propias derrotas son disfrazadas para darles el carácter engañoso de victoria.
No me gusta la historia, porque está saturada de grandes fracasos y abusos, exaltados al nivel de triunfos.
La historia canta un aleluya a la muerte, no a la resurrección; a la cruz y no a la vida.
Si tuviera que reescribir la historia, comenzaría reivindicando el trabajo humilde, pero heroico de los chineros, “vendecañas”, plataneros, “frieros” que pasan el día bajo la brasa del sol; que abandonan sus ranchos antes del amanecer y se recogen en sus chozas cuando ya el asfalto ha dejado el calor de la plancha.
Escribiría las luchas de tantas familias humildes que, día a día, van entretejiendo anécdotas preñadas de fidelidad, buena vecindad, solidaridad y amor.
Exaltaría la figura de empleados y funcionarios honestos que, a pesar de las estrecheces, rechazan soborno, corrupción y venta de su dignidad.
Recogería del zafacón de los poderosos, las heroicas hazañas de los humildes. Y con todo lo que para la mayoría es un bagazo insignificante, digno de lástima, recrearía nuevamente la historia, la que me gusta y me convence.
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