La violencia se ha incrementado de tal forma, tanto en nuestro país como fuera de él, que apenas causan impacto las noticias de guerras, atentados, asesinatos y catástrofes de cualquier género. La armonía y amabilidad, personal y social, parece estar en crisis.

El hombre y la mujer del siglo XXI, que han estudiado o tal vez vivido, las experiencias de las guerras mundiales y de un continuado atentado a la paz mundial, apenas ven en la violencia un crimen contra la fraternidad y relación  pacifica entre los seres humanos. Más aún, parecen considerar los  conflictos como el camino normal para la solución de  los problemas.

Mientras, desde el punto de vista académico, la educación ha logrado convertirse en ciencia pujante, con infinidad de aportes  suministrados por la sicología y otras ciencias afines; desde el punto de vista práctico sus esfuerzos  no han llegado a calar en la humanidad hasta lograr su “humanización”, de lo cual el permanente sistema de violencia es su más patente manifestación.

Los niños y niñas son educados socialmente a la venganza, que se expresa a través de la agresión, incluso física, hasta el punto de ser considerado cobarde quien no responda mal por mal. La amabilidad y la gentileza se han escapado de las aulas.

La ley del talión, codificación de la venganza primitiva, tiene plena vigencia todavía. El hombre y la mujer contemporáneos consideran valedero el “ojo por ojo y diente  por diente” y, aunque no siempre lo realicen materialmente, lo manifiestan abiertamente a través de agresiones y formas descorteses de trato que,  no pocas veces, se expresan también a través de la violencia  física y moral.

La familia, lugar de expresión más profunda del amor, se encuentra también bombardeada por la violencia que se respira a nivel general. Son  comparativamente pocas las familias que disfrutan de armonía: muchas se debaten  entre la vida  y la muerte. No es raro que los mismos esposos se conviertan en protagonistas de peleas, discusiones y  ofensas mutuas, que   con  frecuencia concluyen en la  separación, con  el consiguiente desajuste que  a nivel emocional se produce, tanto en ellos, como en sus hijos e hijas.

Los lugares de trabajo, talleres, empresas, oficinas, comercios, mercados, son con frecuencia escenarios de esta desarmonía, más  aún, del aprovechamiento opresor de quien se considera con mayor poder sobre el otro. No son pocas las mujeres jóvenes que se quejan, por ejemplo, de que sus jefes las acosan sexualmente, viéndose ellas, muchas veces por debilidad o por necesidad, en la obligación  de acceder a sus solicitudes.

El cine, por su parte, la televisión, la Internet, la radio y los medios de comunicación  en general, se han  transformado  en escuela de descortesía y violencia. Añádasele  a esto algunos “deportes” que, como el boxeo y la lucha libre, encuentran en el público entusiasta acogida   y   cuya   finalidad  no   es   otra           que aprovechar comercialmente los instintos salvajes del ser humano, que se expresan a través de la agresión, la venganza y el  predominio de la fuerza bruta sobre la razón.

Es indispensable que cada persona se humanice y supere su etapa primitiva. Parece mentira que el hombre y la mujer que viven la edad de las conquistas espaciales, la globalidad y el desarrollo técnico y científico sin precedentes, no hayan logrado todavía conquistar  un grado de humanidad y trato cortés tal, que les permita  vivir  en armonía con sus semejantes.

Se requiere que cada uno desarrolle en su persona y en su ambiente gestos de amabilidad, de paz y no de violencia. Que  aprenda a saludar amablemente y sonreír a su semejante. Que considere  como un deber de conciencia el ser justo y compartir con los que le rodean: que ponga a circular sus bienes y sus valores personales para beneficio de toda  la humanidad.

Es menester igualmente un nuevo lenguaje, con palabras amables y de paz, no de violencia. Si se examina el lenguaje utilizado por gran parte del pueblo, son más que frecuentes las expresiones cargadas de agresividad: “Te voy a cortar la cabeza” “desgraciado” “ojala se muera”, “loco viejo”…y otras muchas que  no son  publicables. La palabra  es   el  puente  principal  de la comunicación y  este puente se rompe  cuando no  hay  amabilidad.

Los problemas humanos no se resuelven  a través  de la violencia. Recurrir a la violencia física o moral es la señal más clara del fracaso de la humanidad: es retornar a la etapa salvaje y primitiva en la  que la razón  no tiene espacio.

San  Francisco de Sales, el obispo ginebrino del siglo XVII, que sirvió de inspiración al sistema educativo de Don Bosco,  fue quien acuñó   la expresión: “Se cazan más moscas con un CHIN DE MIEL que con un  barril de vinagre”.

Indicaba así que una palabra respetuosa, bondadosa y amable es capaz de resolver más fácilmente los problemas que los gritos y peleas.


Esto necesita hoy la humanidad: desechar el vinagre, la pelea, las guerras, las armas, la violencia, la agresividad, para darles a gustar a los demás UN CHIN DE MIEL.  

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